17 ABRIL, 2025 | URIEL ESQUER
Hay un versículo que seguramente todo creyente se sabe de memoria (por lo menos parafraseado): »Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:16-17). Desafortunadamente, a pesar de conocerlo bien, solemos repetirlo sin el peso que conlleva.
Tendemos a vivir vidas que toman el pecado tan a la ligera que parece que hemos olvidado el gran amor que se nos dio para sacarnos de una vida de esclavitud. Por eso es crucial reflexionar continuamente en la cruz. De eso trata la Semana Santa: Nos unimos a los millones de cristianos a lo largo de la historia que meditan en Jesús y Su obra.
"En la cruz vemos cómo Dios puede ser justo y, sin embargo, justificar al impío.
El pecado es castigado, y sin embargo el pecador es perdonado". — Charles Spurgeon
La cruz: Donde amor y justicia se encuentran
Esta es la gloria del Señor en el Evangelio: Dios no rebaja su santidad para mostrarnos su amor, sino que paga con su propio Hijo el precio que nuestra culpa exigía. En la cruz, la justicia y el amor de Dios se encuentran unidas y a la vista de todos.
Muchos quieren un Dios de amor, pero ignoran su santidad; muchos otros claman por justicia, pero no muestran misericordia. La cruz, sin embargo, muestra estas dos realidades de manera armoniosa —no contrarias ni en disputa— reflejando cómo son inseparables en el corazón de Dios. Cristo carga el castigo por la culpa del pecado para que el pecador pueda recibir perdón. La cruz es la revelación suprema de la santidad y el amor de Dios, porque en ella Dios toma el pecado tan en serio que no lo pasa por alto y ama al pecador tanto que da a su Hijo por él. La cruz no solo es un símbolo de Su amor y perdón, es la obra suprema de la reconciliación del hombre con Dios.
Algunos trivializan el pecado, mientras que otros viven ahogándose en la culpa del mismo. Al ver a Jesus en la cruz, sin embargo, nos damos cuenta de que Dios no minimiza el pecado ni tampoco abandona al pecador; Él mismo tomó sobre sí el peso de nuestra culpa, mostrándonos que no nos ama solo de palabras, sino que se entrega hasta la muerte. La cruz declara que el pecado no es una simple falla sino una deuda mortal, y al mismo tiempo declara la disposición sin reservas de Dios para salvar.
Así que si en algún momento has dudado de tu valor, mira a Cristo colgado del madero. Allí Dios deja claro que aunque todos merecemos juicio, Él elevó tu rescate como digno de la sangre de Su Hijo. La cruz ciertamente es la medida del pecado, pero aún más, del amor de Dios.
La cruz no es un simple símbolo de una religión más en el mundo, ni un mero ejemplo de martirio; la cruz es el lugar donde el amor de Dios y la justicia divina se unen a favor de los hombres. Ciertamente, nuestro pecado es más grande de lo que imaginamos, pero también somos más amados de lo que jamás soñamos. Si aún luchas en un mar caótico de culpa, sufrimiento y desesperanza, la cruz emerge para brindarte salvación y seguridad.
La Resurrección: Esperanza viva y salvación segura
Acerquémonos a Jesus en la cruz y contemplemos Su gloria, porque la historia no termina con Cristo sepultado. Su resurrección es la confirmación gloriosa de que Su sacrificio fue aceptado, el pecado fue vencido, la muerte fue derrotada y de que nuestra salvación es segura.
La vida eterna no es solo una promesa al aire, es una realidad que inició con la resurrección de Jesus, nuestro Señor. La vida irrumpió en donde estaba la muerte, la justicia fue satisfecha y la esperanza se brinda ahora a todo el que pone su fe en Él.